Payasos del horror

Su motosierra es conocida desde hace tiempo también en Austria. Al menos desde que Elon Musk, por entonces todavía el perro de presa del presidente estadounidense, la agarró. Las primeras imágenes que circularon en los medios de comunicación austríacos del candidato y posterior presidente electo Javier Milei lo mostraban a menudo con este símbolo de la destrucción del Estado. Estas imágenes, junto con citas de sus discursos de odio y relatos sobre su inclinación por el oscurantismo espiritual, provocaban medias sonrisas. Por otro lado, su invocación de la “escuela austríaca de economía” despertó en algunos algo parecido al orgullo patriótico.

En un artículo para una revista austríaca, escribí sobre los primeros meses del mandato de Milei: “Es de temer que las dudas sobre Milei, que todavía existen en las metrópolis capitalistas, tengan menos que ver con el contenido de su programa que sobre su viabilidad. Si su gobierno sobrevive a largo plazo manteniendo su agenda, Milei podría pasar rápidamente de ser un payaso a un héroe a los ojos de las élites capitalistas mundiales”.

Mientras tanto, el mundo ha cambiado. En Estados Unidos fue elegido presidente un autócrata que comparte con Milei la visión maniquea del mundo en la que el reino de Dios se realiza en el libre mercado y el mal es todo aquello que limita el libre juego de sus fuerzas. Trump tiene en sus manos la posibilidad de seguir alimentando a Argentina con dólares estadounidenses para retrasar el colapso del modelo económico de los libertarios. El bufón aún puede convertirse en héroe.

Pero las sonrisas que provocaba Milei en Austria y Europa siempre tenían un doble sentido: por un lado, era una risa burlona frente al payaso; por otro, una expresión de placer secreto por sus amenazas descaradas de destrucción y persecución. Muchos se ofendían por su retórica y actitud y expresaban dudas sobre sus métodos, pero pocos criticaban la orientación política general. Esto se mantiene hasta el presente: los análisis políticos sobre Argentina en los medios de comunicación austríacos y europeos en general, que se multiplicaron con Milei, se limitan, en su mayoría, a la cuestión de si su programa económico puede ser exitoso, si podrá sacar a la Argentina de su crisis permanente. Los comentaristas de tendencia izquierdista defienden la posición keynesiana de que la austeridad agrava la crisis; los más derechistas resaltan la evolución positiva de ciertos indicadores macroeconómicos. Casi nadie se pregunta qué visión de la sociedad persigue esta política.

En realidad, ambos, Trump y Milei, son la expresión de la crisis mundial del capitalismo. La transgresión disruptiva que representan es la respuesta reaccionaria y machista tanto a las múltiples crisis económicas como a la crisis social que las acompaña y que tiene su origen en la alienación de los individuos dentro de un sistema que ya no tiene la capacidad de promover una supervivencia digna ni, mucho menos, una buena vida, para todos y todas. Paradójicamente, el camino que Trump y Milei proponen para responder a estas crisis capitalistas es la profundización, la radicalización del capitalismo: la mercantilización total y forzada de la comunidad y la construcción de una sociedad “meritocrática”, elitista y autoritaria, que promete la posibilidad de ascenso social para todos, sabiendo que solo unos pocos podrán alcanzarlo y que los mejores puestos ya están tomados. Quienes no quieran resignarse deben ser silenciados.

Para ello, se está reduciendo el papel del Estado como regulador económico y garante de derechos sociales. Ante las inevitables protestas, solo se refuerza su aparato represivo. Se difama a los adversarios políticos, se desacredita a los sindicatos como representantes de la “casta política”, se criminaliza la protesta y se tilda a las formas de auto-organización política y social de “enemigos internos”. Como dijo el mismo Milei: “¡Zurdos hijos de puta, tiemblen!”.

La Internacional de la nueva extrema derecha desprecia a los débiles porque privan a los fuertes de su fuerza. Sus actitudes misóginas y transfóbicas se derivan directamente del hecho de que la fuerza se equipara con la masculinidad disruptiva. Basta recordar la reciente actuación del ex presentador de televisión y actual secretario de Guerra de los Estados Unidos, Pete Hegseth, ante un grupo de militares de alta jerarquía, en la que advirtió contra la “locura de género” y predicó el espíritu guerrero. Una sociedad que sigue las visiones de Milei o Trump solo acepta a los fuertes y no quiere arrastrar a aquellos que no pueden valerse por sí mismos, ni a los que abogan por sus derechos.

El odio de la extrema derecha, tanto en Estados Unidos como en Europa, se dirige en primer lugar contra los inmigrantes. En Estados Unidos, las patotas del Servicio de Control de Inmigración y Aduanas (ICE) organizan auténticas cacerías, mientras que los partidos de extrema derecha en Europa, representados en Austria por el FPÖ (siglas en alemán para “Partido de la Libertad”), promueven deportaciones masivas bajo el elegante término de “remigración” para llevar a cabo una limpieza étnica y cultural de las sociedades. En la Argentina de Milei se pudo ver desde un principio que las agresiones de extrema derecha no se detienen ante los inmigrantes. Allí son los jubilados y jubiladas quienes son apaleados por las fuerzas de seguridad por atreverse a protestar por unas pensiones que permitan la supervivencia. Los enemigos son los pobres, los “planeros”, los discapacitados, todos aquellos que la sociedad “meritocrática” escupe como “excedentes”, especialmente cuando se organizan para defender sus derechos. Europa y Estados Unidos solo tienen que mirar a la Argentina para ver lo que les espera una vez que se resuelva el “problema migratorio”.

Ningún análisis que pretenda contraponer a Trump, como patriota proteccionista, al vendepatria Milei, da en el blanco. En realidad, ambos presidentes aspiran del mismo modo a reorganizar a sus países como si fueran empresas y a posicionarlos en un mundo globalizado en el que el más fuerte dicta las reglas. Por cierto, forma parte de la naturaleza de las empresas que sus empleados sean despedidos cuando ya no se los necesita más. Trump aspira a someter al resto del mundo mediante la extorsión económica, a la que él llama deals. Milei no se encuentra en esta posición de fuerza. Para construir su “empresa”, primero tiene que ganarse el favor del hombre fuerte del Norte. Sin embargo, juntos se dirigen hacia el mismo objetivo.

En Argentina y en Estados Unidos, la nueva extrema derecha ya está en el poder y la sociedad “meritocrática” autoritaria en construcción. En Europa, donde el antiguo cordón sanitario contra la extrema derecha ya lleva tiempo desmoronándose, está ante portas. En Austria, el partido FPÖ hoy en día es el puntero de las encuestas, con alrededor de 35% del electorado a favor. Los partidos burgueses y la socialdemocracia hace mucho que se encuentran estancados, y la izquierda está marginada. Todo esto ha sido posible gracias a la ruptura, en poco tiempo, del consenso antifascista que había prevalecido durante mucho tiempo. En Austria, al igual que en la mayoría de los países de Europa Central y Occidental, el antifascismo fue la base del orden político después de la Segunda Guerra Mundial. Hasta que las victorias electorales de la extrema derecha, por un lado, y la profunda antipatía hacia la izquierda, por otro, llevaron a algunos conservadores burgueses —en Austria, representados por el excanciller Sebastian Kurz— a romper con este consenso.

Desde entonces, el antifascismo vuelve a ser perseguido y el fascismo se está poniendo de moda. En Estados Unidos, grupos que se consideran antifascistas hace poco fueron declarados organizaciones terroristas; en Austria, la policía disuelve campamentos antifascistas, mientras que mantiene las calles libres para las marchas de la extrema derecha. Los partidos y grupos de extrema derecha en Europa adoptan cada vez más descaradamente el lenguaje del nacionalsocialismo y el fascismo históricos para integrarlo deliberadamente en el discurso político actual y volverlo aceptable. En Austria, por ejemplo, el líder del FPÖ quiere convertirse en Volkskanzler, “canciller del pueblo”, un término que ya utilizaron los nazis para referirse a Adolf Hitler. El discurso de odio contra los migrantes, las minorías, las mujeres, las personas trans y la izquierda es omnipresente, especialmente en las redes sociales.

En Argentina, en cambio, el primer indicador del grado de fascistización de la sociedad es la forma en la que se habla sobre la última dictadura cívico-militar y sus consecuencias. Y también en este respecto Argentina está un paso adelante comparado con Europa: las instituciones que defienden los derechos humanos, que guardan la memoria de las víctimas de la dictadura o que trabajan sobre sus secuelas, ya fueron sistemáticamente desmanteladas, vaciadas mediante despidos masivos o cerradas por completo. Al mismo tiempo, los diputados del partido gobernante se sacan fotos con genocidas condenados. Las personas que defienden los derechos humanos son insultadas y amenazadas en las redes sociales, y no solo allí, alimentadas por la retórica de los gobernantes.

La actual situación política global está derrumbando muchos de los antiguos modelos explicativos. No es fácil encontrar palabras para describir lo que está sucediendo en el mundo, en Europa, en Estados Unidos, en Argentina, en Austria. El panorama es tenebroso. Solo los más optimistas ven la salida. Lo que podemos hacer es levantar la vista más allá de las fronteras de nuestros países y territorios para identificar puntos en común y, en el mejor de los casos, empezar a actuar juntos. Solo así quizás podamos evitar que en el futuro todos seamos gobernados por payasos del horror.

*Artículo tomado de Tektonikos

 Un estudioso del terror nazi en Austria alerta sobre lo mesiánico de Milei y su motosierra contra la memoria en el marco del auge de las extremas derechas en Europa y Estados Unidos.  

Su motosierra es conocida desde hace tiempo también en Austria. Al menos desde que Elon Musk, por entonces todavía el perro de presa del presidente estadounidense, la agarró. Las primeras imágenes que circularon en los medios de comunicación austríacos del candidato y posterior presidente electo Javier Milei lo mostraban a menudo con este símbolo de la destrucción del Estado. Estas imágenes, junto con citas de sus discursos de odio y relatos sobre su inclinación por el oscurantismo espiritual, provocaban medias sonrisas. Por otro lado, su invocación de la “escuela austríaca de economía” despertó en algunos algo parecido al orgullo patriótico.

En un artículo para una revista austríaca, escribí sobre los primeros meses del mandato de Milei: “Es de temer que las dudas sobre Milei, que todavía existen en las metrópolis capitalistas, tengan menos que ver con el contenido de su programa que sobre su viabilidad. Si su gobierno sobrevive a largo plazo manteniendo su agenda, Milei podría pasar rápidamente de ser un payaso a un héroe a los ojos de las élites capitalistas mundiales”.

Mientras tanto, el mundo ha cambiado. En Estados Unidos fue elegido presidente un autócrata que comparte con Milei la visión maniquea del mundo en la que el reino de Dios se realiza en el libre mercado y el mal es todo aquello que limita el libre juego de sus fuerzas. Trump tiene en sus manos la posibilidad de seguir alimentando a Argentina con dólares estadounidenses para retrasar el colapso del modelo económico de los libertarios. El bufón aún puede convertirse en héroe.

Pero las sonrisas que provocaba Milei en Austria y Europa siempre tenían un doble sentido: por un lado, era una risa burlona frente al payaso; por otro, una expresión de placer secreto por sus amenazas descaradas de destrucción y persecución. Muchos se ofendían por su retórica y actitud y expresaban dudas sobre sus métodos, pero pocos criticaban la orientación política general. Esto se mantiene hasta el presente: los análisis políticos sobre Argentina en los medios de comunicación austríacos y europeos en general, que se multiplicaron con Milei, se limitan, en su mayoría, a la cuestión de si su programa económico puede ser exitoso, si podrá sacar a la Argentina de su crisis permanente. Los comentaristas de tendencia izquierdista defienden la posición keynesiana de que la austeridad agrava la crisis; los más derechistas resaltan la evolución positiva de ciertos indicadores macroeconómicos. Casi nadie se pregunta qué visión de la sociedad persigue esta política.

En realidad, ambos, Trump y Milei, son la expresión de la crisis mundial del capitalismo. La transgresión disruptiva que representan es la respuesta reaccionaria y machista tanto a las múltiples crisis económicas como a la crisis social que las acompaña y que tiene su origen en la alienación de los individuos dentro de un sistema que ya no tiene la capacidad de promover una supervivencia digna ni, mucho menos, una buena vida, para todos y todas. Paradójicamente, el camino que Trump y Milei proponen para responder a estas crisis capitalistas es la profundización, la radicalización del capitalismo: la mercantilización total y forzada de la comunidad y la construcción de una sociedad “meritocrática”, elitista y autoritaria, que promete la posibilidad de ascenso social para todos, sabiendo que solo unos pocos podrán alcanzarlo y que los mejores puestos ya están tomados. Quienes no quieran resignarse deben ser silenciados.

Para ello, se está reduciendo el papel del Estado como regulador económico y garante de derechos sociales. Ante las inevitables protestas, solo se refuerza su aparato represivo. Se difama a los adversarios políticos, se desacredita a los sindicatos como representantes de la “casta política”, se criminaliza la protesta y se tilda a las formas de auto-organización política y social de “enemigos internos”. Como dijo el mismo Milei: “¡Zurdos hijos de puta, tiemblen!”.

La Internacional de la nueva extrema derecha desprecia a los débiles porque privan a los fuertes de su fuerza. Sus actitudes misóginas y transfóbicas se derivan directamente del hecho de que la fuerza se equipara con la masculinidad disruptiva. Basta recordar la reciente actuación del ex presentador de televisión y actual secretario de Guerra de los Estados Unidos, Pete Hegseth, ante un grupo de militares de alta jerarquía, en la que advirtió contra la “locura de género” y predicó el espíritu guerrero. Una sociedad que sigue las visiones de Milei o Trump solo acepta a los fuertes y no quiere arrastrar a aquellos que no pueden valerse por sí mismos, ni a los que abogan por sus derechos.

El odio de la extrema derecha, tanto en Estados Unidos como en Europa, se dirige en primer lugar contra los inmigrantes. En Estados Unidos, las patotas del Servicio de Control de Inmigración y Aduanas (ICE) organizan auténticas cacerías, mientras que los partidos de extrema derecha en Europa, representados en Austria por el FPÖ (siglas en alemán para “Partido de la Libertad”), promueven deportaciones masivas bajo el elegante término de “remigración” para llevar a cabo una limpieza étnica y cultural de las sociedades. En la Argentina de Milei se pudo ver desde un principio que las agresiones de extrema derecha no se detienen ante los inmigrantes. Allí son los jubilados y jubiladas quienes son apaleados por las fuerzas de seguridad por atreverse a protestar por unas pensiones que permitan la supervivencia. Los enemigos son los pobres, los “planeros”, los discapacitados, todos aquellos que la sociedad “meritocrática” escupe como “excedentes”, especialmente cuando se organizan para defender sus derechos. Europa y Estados Unidos solo tienen que mirar a la Argentina para ver lo que les espera una vez que se resuelva el “problema migratorio”.

Ningún análisis que pretenda contraponer a Trump, como patriota proteccionista, al vendepatria Milei, da en el blanco. En realidad, ambos presidentes aspiran del mismo modo a reorganizar a sus países como si fueran empresas y a posicionarlos en un mundo globalizado en el que el más fuerte dicta las reglas. Por cierto, forma parte de la naturaleza de las empresas que sus empleados sean despedidos cuando ya no se los necesita más. Trump aspira a someter al resto del mundo mediante la extorsión económica, a la que él llama deals. Milei no se encuentra en esta posición de fuerza. Para construir su “empresa”, primero tiene que ganarse el favor del hombre fuerte del Norte. Sin embargo, juntos se dirigen hacia el mismo objetivo.

En Argentina y en Estados Unidos, la nueva extrema derecha ya está en el poder y la sociedad “meritocrática” autoritaria en construcción. En Europa, donde el antiguo cordón sanitario contra la extrema derecha ya lleva tiempo desmoronándose, está ante portas. En Austria, el partido FPÖ hoy en día es el puntero de las encuestas, con alrededor de 35% del electorado a favor. Los partidos burgueses y la socialdemocracia hace mucho que se encuentran estancados, y la izquierda está marginada. Todo esto ha sido posible gracias a la ruptura, en poco tiempo, del consenso antifascista que había prevalecido durante mucho tiempo. En Austria, al igual que en la mayoría de los países de Europa Central y Occidental, el antifascismo fue la base del orden político después de la Segunda Guerra Mundial. Hasta que las victorias electorales de la extrema derecha, por un lado, y la profunda antipatía hacia la izquierda, por otro, llevaron a algunos conservadores burgueses —en Austria, representados por el excanciller Sebastian Kurz— a romper con este consenso.

Desde entonces, el antifascismo vuelve a ser perseguido y el fascismo se está poniendo de moda. En Estados Unidos, grupos que se consideran antifascistas hace poco fueron declarados organizaciones terroristas; en Austria, la policía disuelve campamentos antifascistas, mientras que mantiene las calles libres para las marchas de la extrema derecha. Los partidos y grupos de extrema derecha en Europa adoptan cada vez más descaradamente el lenguaje del nacionalsocialismo y el fascismo históricos para integrarlo deliberadamente en el discurso político actual y volverlo aceptable. En Austria, por ejemplo, el líder del FPÖ quiere convertirse en Volkskanzler, “canciller del pueblo”, un término que ya utilizaron los nazis para referirse a Adolf Hitler. El discurso de odio contra los migrantes, las minorías, las mujeres, las personas trans y la izquierda es omnipresente, especialmente en las redes sociales.

En Argentina, en cambio, el primer indicador del grado de fascistización de la sociedad es la forma en la que se habla sobre la última dictadura cívico-militar y sus consecuencias. Y también en este respecto Argentina está un paso adelante comparado con Europa: las instituciones que defienden los derechos humanos, que guardan la memoria de las víctimas de la dictadura o que trabajan sobre sus secuelas, ya fueron sistemáticamente desmanteladas, vaciadas mediante despidos masivos o cerradas por completo. Al mismo tiempo, los diputados del partido gobernante se sacan fotos con genocidas condenados. Las personas que defienden los derechos humanos son insultadas y amenazadas en las redes sociales, y no solo allí, alimentadas por la retórica de los gobernantes.

La actual situación política global está derrumbando muchos de los antiguos modelos explicativos. No es fácil encontrar palabras para describir lo que está sucediendo en el mundo, en Europa, en Estados Unidos, en Argentina, en Austria. El panorama es tenebroso. Solo los más optimistas ven la salida. Lo que podemos hacer es levantar la vista más allá de las fronteras de nuestros países y territorios para identificar puntos en común y, en el mejor de los casos, empezar a actuar juntos. Solo así quizás podamos evitar que en el futuro todos seamos gobernados por payasos del horror.

*Artículo tomado de Tektonikos

 Mundo – Tiempo Argentino

Te puede interesar