Independiente-Universidad de Chile: la noche en la que se rompió algo intangible, sin nombre, pero que duele

El del miércoles por la Copa Sudamericana fue mucho más que un partido cancelado entre la violencia y la inacción de la seguridad: hinchas que festejaron el linchamiento y dirigentes del club que no vislumbran su propia crisis política.  

«Y si es necesario morir en Argentina por el equipo, no queda otra. Ningún huevón puede arrugar. Tenemos que estar muy unidos». Una granada para River Plate, Juan Pablo Meneses.

–¿Te molesta si fumo?– pregunta ella, que tiene guantes rojos y más de 70 años.

–No doña. Si ganamos, le ponemos música al cigarro y festejamos juntos.

La platea Erico baja no es para cualquier hincha. Es un lugar de privilegio. La ropa es de primeras marcas, las camisetas originales y hay mucho conjunto deportivo recién comprado.  

Desde la fila seis, en el sector uno, se escucha a Los de Abajo, la barra de Universidad de Chile. La entonación chilena de canciones made in Argentina no está mal. Los azules muestran un colorido distinto a la normalidad de nuestra liga. La bandera blanca que reza En cualquier estadio es chica pero la más linda de todas. Algunos plateistas dicen que Los de Abajo son amigos de Los Dueños de Avellaneda, la barra de Independiente y muestran videos de redes sociales. Otros avisan que son chilenos, que no hay olvido, que son amigos de los ingleses y empiezan a cantar que hay que saltar para no ser como ellos. Falta un rato largo para el partido pero de tanto ir a la cancha, uno desarrolla cierto know how sobre lo que puede llegar a pasar. Allá arriba, no hay policía, malla contenedora ni cordón de seguridad privada que impida que el diálogo tribunero tarde o temprano se transforme en un ida y vuelta de proyectiles.

La barra de Independiente no es de Avellaneda. Les dicen “Los de Barracas” de modo despectivo, por su origen social. Ocupan la tribuna Santoro baja, ubicada al norte del Libertadores de América. El resto de la cancha suele cantar en su contra. Hace poco su jefe fue escrachado virtualmente por pegarle a una mujer. No gozan de la simpatía del hincha común.

Independiente-Universidad de Chile: la noche en la que se rompió algo intangible, sin nombre, pero que duele

Foto: captura

Esta noche, enfrente, en la tribuna sur alta, están Los de Abajo, que intensifican el gesto de sentirse espartanos y tiran agua, botellas y todo lo que encuentran hacia la Pavoni baja, ocupada, casualmente, por Los Mismos de Siempre, la barra que no es la oficial y estuvo ligada a César «Loquillo» Rodríguez. 

–Si esto sigue así, me parece que no vamos a compartir nada– dice la abuela de guantes rojos, que al estilo old school, se pone auriculares para seguir la transmisión radial. 

Dentro de la cancha, el partido de fútbol. Pero la tensión en esta noche de copa no está ahí: el drama se desarrolla en otra escenografía. Más allá del marketing de La Gran Conquista, entre gol y gol, ocurre lo previsible: muchos barras de LMDS bajan de los paravalanchas y caminan hacia afuera de la tribuna.  Ningún organismo de seguridad toma nota. No hay policía a la vista. El resto del primer tiempo LMDS luchan por entrar al sector donde están los chilenos. Otros trepan hasta la Garganta 3 para reforzar el contragolpe. Sólo provocan más violencia. Porque Los de Abajo vuelven encapuchados y también atacan a la platea. Una cerámica del tamaño de una porción de pizza vuela hacia la abuela de guantes rojos. Su hijo levanta el brazo y logra protegerla. Otros no tienen la misma suerte. Caen palos, fierros, butacas, hasta un secador de piso gira en el cielo de Avellaneda.    

–Doña, alejese– le pido.

–Estoy bien. Cuidate vos, nene.

Levanto la cerámica del piso, acaricio el filo con los dedos. Enrollo la campera en el brazo derecho para protegerme. Una chica de ojos verdes y delineados a lo Nicki Nicole llora a mi lado. No es miedo, es rabia. La inacción de las fuerzas de seguridad se siente como el piedrazo arrojado por un barra chileno. Agradezco a Dios no haber traído a mis hijas.

En el entretiempo, llega el punto de quiebre, el de no retorno. Los de Abajo arrojan una bengala hacia la Garganta. El artificio explota mientras los equipos vuelven a la cancha.

El estadio se enardece pero el árbitro debe ser ciego y sordo porque pita el comienzo del segundo tiempo. 

Mientras tanto, los hinchas rojos que se animaron a permanecer debajo de los chilenos, trepan al alambrado con butacas y palos como evidencia. Un flaco alto salta a la cancha y los empleados de seguridad lo detienen. Lleva una piedra en la mano. La muestra y los plateistas putean a los vigiladores, que no saben qué hacer. 

Independiente-Universidad de Chile: la noche en la que se rompió algo intangible, sin nombre, pero que duele

Foto: Captura video

–Dale, loco. Con nosotros son Rambo y a estos hijos de puta no les hacen nada– se enoja un pelado de barba. 

El partido se suspende. La platea canta que Barracas tiene miedo, que no quiere ir a pelear. También putea a la comisión directiva. Y pide represión al estilo Brasil.

–Los tienen que matar– gritan mientras esquivan los pedazos de baño que caen sobre nosotros.

La voz del estadio pide que los chilenos se vayan de la cancha para continuar el partido. La Conmebol apela a que Los de Abajo recapaciten, salgan de la tribuna y regresen a su país reflexionando sobre su forma de ser hincha. Cuesta comprender la fe que atesoran los trajeados con credenciales azules sobre el cambio de filosofía de vida de los barras, sean del país que sean. Pero el viejo axioma de que el show debe continuar empuja el límite de lo permitido hacia la banquina de la razón.     

LMDS entendieron el mensaje y continúan el show hasta que rompen el acceso a la tribuna chilena y desatan la sexta temporada de El Marginal. Dicen que la barra oficial también se sumó a la expedición. Así atacan a los pocos hinchas visitantes. Los tumbean. Les quitan la ropa y desmayan a golpes. La platea festeja cuando entangan a los que no huyeron a tiempo y canta «Dale rojo, dale ro». Hasta celebran cuando un pibe se tira de la tribuna para no ser carancheado. Una hora pasó desde que terminó el primer tiempo y los rescatistas junto a los policías aparecen para reanimar a los caídos en batalla mientras un barra argentino le baja los calzoncillos a un chileno rezagado y le hace «chas chas en la colita»

A pocos metros, LMDS se reagrupan en el centro de la tribuna ahora vacía. Muestran los trofeos de guerra y se fotografían con los teléfonos celulares para eternizar su bautismo de fuego. Después bajan a “su tribuna” y cuelgan camisetas y banderas azules del alambrado. 

Ya no quedan hinchas visitantes. Tampoco vuelan butacas, cerámicas ni botellas. No hay detonaciones ni corridas. Algunos quieren que el partido siga. Pero nada vuelve a ser como antes. Esta noche no sólo se rompieron inodoros y paredes. Algo que no se toca duele y no sé cómo decirlo. Quizás ella, la abuela de guantes rojos que fuma otra vez mientras guarda los auriculares en la cartera, sepa de qué se trata.  

–Al final nos quedamos sin música– digo a modo de despedida pero también para sentirme más seguro.

–Quedate tranquilo, nene, la culpa no es nuestra. Los dirigentes no vislumbran su propia crisis política– dice y se va caminando del brazo de su hijo.

Aprovecho para sentarme un rato más porque perdí a mis amigos y no hay modo de comunicarse por teléfono. Hace 40 años que vengo a este lugar. De chico, vi clásicos con la gente de Racing sentada en esta platea. Los recuerdos me dicen que estoy viejo. Quizás por eso me duelan tanto las rodillas y el ciático. Como siempre, para escapar de la angustia, prendo el cigarrillo y echo humo. «Siento a Dios en el corazón, siento en los pulmones al diablo». También siento que mañana, levantarme me va a costar tanto como contradecir a la abuela de guantes rojos.

 Deportes – Tiempo Argentino

«Y si es necesario morir en Argentina por el equipo, no queda otra. Ningún huevón puede arrugar. Tenemos que estar muy unidos». Una granada para River Plate, Juan Pablo Meneses.

–¿Te molesta si fumo?– pregunta ella, que tiene guantes rojos y más de 70 años.

–No doña. Si ganamos, le ponemos música al cigarro y festejamos juntos.

La platea Erico baja no es para cualquier hincha. Es un lugar de privilegio. La ropa es de primeras marcas, las camisetas originales y hay mucho conjunto deportivo recién comprado.  

Desde la fila seis, en el sector uno, se escucha a Los de Abajo, la barra de Universidad de Chile. La entonación chilena de canciones made in Argentina no está mal. Los azules muestran un colorido distinto a la normalidad de nuestra liga. La bandera blanca que reza En cualquier estadio es chica pero la más linda de todas. Algunos plateistas dicen que Los de Abajo son amigos de Los Dueños de Avellaneda, la barra de Independiente y muestran videos de redes sociales. Otros avisan que son chilenos, que no hay olvido, que son amigos de los ingleses y empiezan a cantar que hay que saltar para no ser como ellos. Falta un rato largo para el partido pero de tanto ir a la cancha, uno desarrolla cierto know how sobre lo que puede llegar a pasar. Allá arriba, no hay policía, malla contenedora ni cordón de seguridad privada que impida que el diálogo tribunero tarde o temprano se transforme en un ida y vuelta de proyectiles.

La barra de Independiente no es de Avellaneda. Les dicen “Los de Barracas” de modo despectivo, por su origen social. Ocupan la tribuna Santoro baja, ubicada al norte del Libertadores de América. El resto de la cancha suele cantar en su contra. Hace poco su jefe fue escrachado virtualmente por pegarle a una mujer. No gozan de la simpatía del hincha común.

Independiente-Universidad de Chile: la noche en la que se rompió algo intangible, sin nombre, pero que duele
Foto: captura

Esta noche, enfrente, en la tribuna sur alta, están Los de Abajo, que intensifican el gesto de sentirse espartanos y tiran agua, botellas y todo lo que encuentran hacia la Pavoni baja, ocupada, casualmente, por Los Mismos de Siempre, la barra que no es la oficial y estuvo ligada a César «Loquillo» Rodríguez. 

–Si esto sigue así, me parece que no vamos a compartir nada– dice la abuela de guantes rojos, que al estilo old school, se pone auriculares para seguir la transmisión radial. 

Dentro de la cancha, el partido de fútbol. Pero la tensión en esta noche de copa no está ahí: el drama se desarrolla en otra escenografía. Más allá del marketing de La Gran Conquista, entre gol y gol, ocurre lo previsible: muchos barras de LMDS bajan de los paravalanchas y caminan hacia afuera de la tribuna.  Ningún organismo de seguridad toma nota. No hay policía a la vista. El resto del primer tiempo LMDS luchan por entrar al sector donde están los chilenos. Otros trepan hasta la Garganta 3 para reforzar el contragolpe. Sólo provocan más violencia. Porque Los de Abajo vuelven encapuchados y también atacan a la platea. Una cerámica del tamaño de una porción de pizza vuela hacia la abuela de guantes rojos. Su hijo levanta el brazo y logra protegerla. Otros no tienen la misma suerte. Caen palos, fierros, butacas, hasta un secador de piso gira en el cielo de Avellaneda.    

–Doña, alejese– le pido.

–Estoy bien. Cuidate vos, nene.

Levanto la cerámica del piso, acaricio el filo con los dedos. Enrollo la campera en el brazo derecho para protegerme. Una chica de ojos verdes y delineados a lo Nicki Nicole llora a mi lado. No es miedo, es rabia. La inacción de las fuerzas de seguridad se siente como el piedrazo arrojado por un barra chileno. Agradezco a Dios no haber traído a mis hijas.

En el entretiempo, llega el punto de quiebre, el de no retorno. Los de Abajo arrojan una bengala hacia la Garganta. El artificio explota mientras los equipos vuelven a la cancha.

El estadio se enardece pero el árbitro debe ser ciego y sordo porque pita el comienzo del segundo tiempo. 

Mientras tanto, los hinchas rojos que se animaron a permanecer debajo de los chilenos, trepan al alambrado con butacas y palos como evidencia. Un flaco alto salta a la cancha y los empleados de seguridad lo detienen. Lleva una piedra en la mano. La muestra y los plateistas putean a los vigiladores, que no saben qué hacer. 

Independiente-Universidad de Chile: la noche en la que se rompió algo intangible, sin nombre, pero que duele
Foto: Captura video

–Dale, loco. Con nosotros son Rambo y a estos hijos de puta no les hacen nada– se enoja un pelado de barba. 

El partido se suspende. La platea canta que Barracas tiene miedo, que no quiere ir a pelear. También putea a la comisión directiva. Y pide represión al estilo Brasil.

–Los tienen que matar– gritan mientras esquivan los pedazos de baño que caen sobre nosotros.

La voz del estadio pide que los chilenos se vayan de la cancha para continuar el partido. La Conmebol apela a que Los de Abajo recapaciten, salgan de la tribuna y regresen a su país reflexionando sobre su forma de ser hincha. Cuesta comprender la fe que atesoran los trajeados con credenciales azules sobre el cambio de filosofía de vida de los barras, sean del país que sean. Pero el viejo axioma de que el show debe continuar empuja el límite de lo permitido hacia la banquina de la razón.     

LMDS entendieron el mensaje y continúan el show hasta que rompen el acceso a la tribuna chilena y desatan la sexta temporada de El Marginal. Dicen que la barra oficial también se sumó a la expedición. Así atacan a los pocos hinchas visitantes. Los tumbean. Les quitan la ropa y desmayan a golpes. La platea festeja cuando entangan a los que no huyeron a tiempo y canta «Dale rojo, dale ro». Hasta celebran cuando un pibe se tira de la tribuna para no ser carancheado. Una hora pasó desde que terminó el primer tiempo y los rescatistas junto a los policías aparecen para reanimar a los caídos en batalla mientras un barra argentino le baja los calzoncillos a un chileno rezagado y le hace «chas chas en la colita»

A pocos metros, LMDS se reagrupan en el centro de la tribuna ahora vacía. Muestran los trofeos de guerra y se fotografían con los teléfonos celulares para eternizar su bautismo de fuego. Después bajan a “su tribuna” y cuelgan camisetas y banderas azules del alambrado. 

Ya no quedan hinchas visitantes. Tampoco vuelan butacas, cerámicas ni botellas. No hay detonaciones ni corridas. Algunos quieren que el partido siga. Pero nada vuelve a ser como antes. Esta noche no sólo se rompieron inodoros y paredes. Algo que no se toca duele y no sé cómo decirlo. Quizás ella, la abuela de guantes rojos que fuma otra vez mientras guarda los auriculares en la cartera, sepa de qué se trata.  

–Al final nos quedamos sin música– digo a modo de despedida pero también para sentirme más seguro.

–Quedate tranquilo, nene, la culpa no es nuestra. Los dirigentes no vislumbran su propia crisis política– dice y se va caminando del brazo de su hijo.

Aprovecho para sentarme un rato más porque perdí a mis amigos y no hay modo de comunicarse por teléfono. Hace 40 años que vengo a este lugar. De chico, vi clásicos con la gente de Racing sentada en esta platea. Los recuerdos me dicen que estoy viejo. Quizás por eso me duelan tanto las rodillas y el ciático. Como siempre, para escapar de la angustia, prendo el cigarrillo y echo humo. «Siento a Dios en el corazón, siento en los pulmones al diablo». También siento que mañana, levantarme me va a costar tanto como contradecir a la abuela de guantes rojos.

 

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